sábado, 3 de abril de 2010

Niño dormido


Le recuerdo grande, torpe, con el pelo revuelto y ya escaseando, con las camisetas llenas de agujeros por fumar porros, con las manos enormes y cariñosas... Recuerdo su olor y su sonrisa, amplia, franca, su risa poco ruidosa. Sus pasos que más que pasos eran zancadas. El poema que siempre tenía en la boca. La mirada dulce, de perro pachón. El beso que me dio y el beso con el que le correspondí. Las noches mirando las estrellas a través de una ventana en un ático de una ciudad del norte. Pásabamos las horas muertas hablando de cualquier cosa, haciéndonos amigos, queriéndonos, comiendo chucherías, escuchando esa música horrible que le gustaba. Recuerdo su acné. Sus panatalones anchos, su móvil enorme, sus llamadas a las tantas de la madrugada para poner una canción que no decía nada pero que lo decía todo. Recuerdo que estaba enamorada de él. Pero él no lo estaba de mi, aunque me escribiera poemas de amor. Le recuerdo con dulzura, aunque me hizo daño. Hace siete años es el niño dormido en el que pienso ya no a diario. Quizás tiene margaritas en su ombligo y además en sus dedos que se vuelven pan, barcos de papel sin altamar...

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