martes, 9 de diciembre de 2008

Llueve

El cielo lleva 4 días cubierto por una masa de nubes blancas que parece se vayan a caer en cualquier momento sobre nosotros o nos vaya a absorber. Hace tiempo que no veía un Madrid tan gris, sobre todo después del caluroso verano que hemos pasado. El mejor día fue el sábado. Cuando salí para ir a trabajar no sabía si desplegar o no mi paragüas amarillo. No llovía, había sirimiri, a la bilbaína; calabobos, a la tudelana. Pero quise disfrutar de estas pequeñas cosas que nos da la vida, abrí el paragüas y durante 9 minutos, que es el tiempo que tardo en ir de mi casa al Metro gocé como una enana escuchando el crujido de la fina lluvia sobre la loneta barata. Sino fuera por estas cosillas Madrid sería siempre lo mismo, sobre todo los fines de semana a las 7.30 de la mañana.

No os podéis imaginar la fauna que me encuentro las mañanas de los sábados y los domingos en mi barrio y en el Metro. De momento, de todos los borrachos y borrachas que me he encontrado me quedo con unos heavies que van a un bar semigótico en la calle Monte Igueldo. Un día coincidió su salida del bar con mi paso por ese mismo sitio. Uno de ellos me cogió suavemente, me miro a los ojos y me dijo: ¡Tía que putada... a currar ahora! ¡Estoy contigo, que te sea leve! Pensé en las 14 horas de curro que me quedaban por delante, sonreí, le di las gracias y me hizo empezar el día contenta, no me preguntéis por qué, pero me hizo mucha gracia.

Son las cosas que tiene una ciudad como esta. Una ciudad donde la gente camina sola por la calle y donde nadie se para a preocuparse por ti. Donde el sirimiri puede ser una fuente de placer, porque no hay término medio, llueve o no llueve. Y donde te pueden dejar morirte en la calle o pueden alegrarte el día, un desconocido, con un comentario inocente.