domingo, 4 de abril de 2010

Cuatro hojas


Tengo un trébol de cuatro hojas y dicen que eso trae buena suerte. No me lo he encontrado accidentalmente. El Gabinete de Prensa de Turismo Irlanda me regaló una macetita con cuatro semillas y un poco de tierra. La regué. Una semilla germinó con cuatro tréboles y uno de ellos tiene cuatro foliolos. Es una tontería pero me ha hecho ilusión, es la primera vez en mi vida que veo uno y aunque no creo en estas cosas, estoy segura de que me va a dar mucha suerte. Indagando por internet he encontrado el significado de los cuatro foliolos y me ha encantado el descubrimiento.
El primero es para la esperanza. Y me siento esperanzada, con ganas de empezar de nuevo. Lo veo todo verde, me siento con fuerzas y con ilusión.
El segundo es para . No cristiana en mi caso. Tener fe es confiar en alguien. Y necesito que alguien tenga esa confianza en mi, la misma que yo tengo. La misma fé que yo tengo. Comi si fuéramos una deidad.
El tercero es para el amor. Pero para darlo y recibirlo al mismo tiempo. Para amar de la misma manera.
Y el cuarto es para la suerte. En esta no creo mucho. No creo que sea cuestión de suerte sino de convencimiento y de trabajo en todos los sentidos.
Hay gente que me dice que tengo suerte por la vida que tengo, por el trabajo, la familia, los amigos... No es cuestión de suerte, es cuestión de no perder la esperanza, de tener fé y de hacerlo todo con mucho amor... Quizás por eso mi trébol es de cuatro hojas. Él me ha encontrado a mi (aunque lo más probable es que el trébol estuviera tratado genéticamente tal y como he encontrado indagando por la red...).

sábado, 3 de abril de 2010

Niño dormido


Le recuerdo grande, torpe, con el pelo revuelto y ya escaseando, con las camisetas llenas de agujeros por fumar porros, con las manos enormes y cariñosas... Recuerdo su olor y su sonrisa, amplia, franca, su risa poco ruidosa. Sus pasos que más que pasos eran zancadas. El poema que siempre tenía en la boca. La mirada dulce, de perro pachón. El beso que me dio y el beso con el que le correspondí. Las noches mirando las estrellas a través de una ventana en un ático de una ciudad del norte. Pásabamos las horas muertas hablando de cualquier cosa, haciéndonos amigos, queriéndonos, comiendo chucherías, escuchando esa música horrible que le gustaba. Recuerdo su acné. Sus panatalones anchos, su móvil enorme, sus llamadas a las tantas de la madrugada para poner una canción que no decía nada pero que lo decía todo. Recuerdo que estaba enamorada de él. Pero él no lo estaba de mi, aunque me escribiera poemas de amor. Le recuerdo con dulzura, aunque me hizo daño. Hace siete años es el niño dormido en el que pienso ya no a diario. Quizás tiene margaritas en su ombligo y además en sus dedos que se vuelven pan, barcos de papel sin altamar...